Levantarse temprano el domingo, trazar la ruta, tomar el tiempo que podría llevar para llegar al destino, alistar la vestimenta, diseñar un peinado y esperar la hora de la salida.
En el camino pensar cómo será la vuelta al teatro, recordar la última función de teatro en vivo a la que se asistió, sentir temor por el virus pero ir con las precauciones debidas.
A llegar,hacer la fila en la taquilla, a distancia de 1.5 metros entre los compradores ,ser roseado con sanitizante en todo el cuerpo, untarse gel antibacterial en las manos. No hay programa de papel impreso, se obtiene por medio de un código QR que esta pegado cerca de la taquilla, dirigirse como soldado por el pasillo tomando distancia entre los otros con cubreboca y algunas caretas de protección.
Al entrar en la sala de espectadores tomar un asiento entre las butacas del teatro y ver que entre filas hay espacios vacios y sellados con tiras de papel amarillo, algunas butacas tienen x en sus respaldos.
Y el telón se abre, las luces se ven, las actrices comienzan a hablar, vemos escenografías reales, la madera, las decoraciones del suelo, se escucha la música ambiental, se sienten las voces de las actrices cerca, se siente la sonoridad , los espacios se sienten, el ambiente envuelve a los espectadores.
Lloramos con el final de la historia y con la aceptación de la muerte de la abuelita de la niña Rosi.
Vivir con las actrices lo que les pasa a los personajes y escuchar, poder reflexionar efímeramente en el teatro.
Poder ver teatro en vivo no tiene remplazo. Me sentí tan contenta, tan viva, tan agradecida. El teatro es tan necesario, no hay remplazo electrónico, no hay tecnología que pueda apartar al teatro de su esencia humana.
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